martes, 26 de enero de 2016

El tripulante quejumbroso

Durante un vuelo la azafata se acerca a ver que le ocurre a un hombre que protesta amargamente.
- ¡Estoy harto de esta aerolínea! refunfuña, ¡siempre me toca el mismo asiento! no puedo ver la película y, como las ventanillas no tienen persianas tampoco puedo dormir.
A lo que la azafata responde:
- Deje de quejarse y aterrice de una vez, comandante.


martes, 5 de enero de 2016

Chistes de Caperucita Roja

Una vez Caperucita Roja fue a visitar a su abuelita sin saber que a su abuelita se la había comido el lobo, entra a la casa y dice:
- Abuelita, que ojos tan grandes tu tienes.
Y la abuelita dice:
- Es para verte mejor.
Nuevamente, Caperucita mira a su abuelita y dice:
- Abuelita, que orejas tan grandes tu tienes.
Y la abuelita dice:
- Es para escucharte mejor.
Caperucita vuelve a insistir:
- Abuelita, que nariz tan grande tu tienes.
Y la abuelita le dice:
- Es para olerte mejor.
Nuevamente, caperucita le dice:

- Abuelita que boca tan grande tu tienes.
Y la abuelita contesta ya cansada de sus preguntas:
- ¿A qué viniste, a visitarme o a criticarme?





lunes, 4 de enero de 2016

El funeral del perezoso




En un pueblo, en el que abundaba el trabajo y la comida, un perezoso estaba a punto de morir de hambre.

Se reunieron el alcalde, el párroco, el consejo municipal y el defensor del pueblo, y por unanimidad acordaron enterrar vivo al perezoso; porque para el pueblo sería un desprestigio que alguien muriera de hambre.

Cogieron cuatro tablas, armaron un cajón, metieron al moribundo, y salieron con él rumbo al cementerio.
Una señora preguntó:
- “¿Quién murió?”.
- “Nadie” –le respondieron;
-  “¿y entonces a quien llevan ahí?” –insistió.
- “Al perezoso que lo vamos a enterrar vivo antes de que muera de hambre” –le explicaron.
- “No, no, no hagan eso –exclamó la señora–, yo con mucho gusto regalo un kilo de azúcar”, Otra señora regaló 10 gallinas; un señor, puso una carga de arroz, más un bulto de papas; un hacendado donó un barril de leche, 50 arrobas de queso, una carga de plátanos y otra de yucas. Todos, todos, todos los paisanos donaban, donaban y donaban comida por montones.

Cuando iban llegando al cementerio desistieron del entierro porque el moribundo ya tenía comida suficiente para 100 años.
El perezoso sacó la cabeza, y preguntó:
- “¿Quién va a cocinar todo eso?”.
-  “Pues, usted” –le contestaron.
Y el hombre exclamó:   “Entonces… ¡que siga el entierro!”.